Club de Lectura de Novela Negra del IES Mirasierra

sábado, 28 de enero de 2023

 Las lecturas de nuestro club, VI. Por una mirada...

     Alfred Hitchcock fue un maestro consumado en hacernos partícipes y a la vez culpables de algunos de los crímenes que se perpetraban en sus películas. En ellas, un recurso fundamental era un movimiento de cámara subjetivo en el que el espectador compartía lo que veía el asesino y en otras el espectador se convertía en un espectador morboso que no podía apartar su mirada de la imagen hipnótica que le atraía al abismo de la nada. Valgan dos ejemplos. En Psicosis, tras el celebérrimo crimen de la ducha, Marion Crane (Janet Leigh) agoniza en el fondo de la bañera con los ojos abiertos. La cámara enfoca en un primer plano su rostro y se va alejando lentamente, como si se avergonzara del crimen que se ha cometido. Sin embargo, no podemos sustraernos en ningún momento a apartar los ojos de esa mirada perdida ya en la sombras de la muerte. En el segundo caso, en Frenesí, el asesino estrangula a una mujer y, de nuevo el primer plano del rostro de la víctima, nuevamente con los ojos abiertos, se resuelve en otro lento retroceso de cámara, en este caso subjetivo, pues se corresponde a la visión del asesino al apartarse de su víctima, en una mezcla de morbo, fascinación y excitación, que comparte el espectador pues no consigue apartar sus ojos de esos ojos sin vida ni del horror del crimen que presencia.

    En Pleamar, de Antonio Mercero (uno de los integrantes del trío que se esconde tras el nombre de Carmen Mola), siguiente novela leída en nuestro club, aparece también la fascinación de un cuerpo recientemente asesinado mostrado en las redes, al modo de una snuff movie. Los policías que presencian esas muertes más todos los espectadores sienten repulsión, terror, sin apartan la mirada. Y, sin embargo, como lectores, no percibimos nunca esas sensaciones (afortunadamente).

    Mercero, pretende mostrarnos la miseria que se esconde bajo el oropel del mundo de los youtubers y de los influencers, su dependencia cada vea mayor a las redes, el lucrativo negocio que protagonizan para ellos y para los que se aprovechan en la sombra de la imagen de, al final, esas marionetas que bailan al son de las empresas que publicitan, y que en algunos casos acaban como peleles rotos. Un mundo de vanidad, envidias, lleno de amoralidad y vicio, en el que se perpetra un secuestro y un posterior crimen que es mostrado por entregas en el canal que da título a la novela.

    En su haber, la novela se beneficia de una lectura rápida, sobre todo por sus ágiles diálogos, pero en su debe, responde a muchos de los clichés y tópicos del thriller que se cultiva en los últimos años en nuestro país: policía con problemas familiares y familia desestructurada (compárese la similitud y diferencia de planteamiento con el policía de Sociedad negra, la novela anterior leída en nuestro club); compañera rechazada en el cuerpo y que ha denunciado a un superior por acoso; capítulos en los que se pone en antecedentes al lector y se le va dando pistas, como si al lector hubiera que llevarle de la mano; relaciones escabrosas y con mucho mar de fondo escondido; búsqueda desesperada de la sorpresa y de las pistas falsas para llegar a la apoteosis final, que, sin embargo, para un lector perspicaz se ha resuelto ya casi doscientas páginas antes y solo espera ver cuáles son los vericuetos por los que va llevando el autor hasta la resolución de la trama principal y de las secundarias que pretenden mostrar la miseria, en este caso, de los que viven en caras urbanizaciones y viven de la imagen. Los personajes se quedan en el estereotipo, ni empatizamos con ellos, ni  los odiamos, ni nos resultan repulsivos: no hay complejidad psicológica en ellos ni se profundiza en sus motivaciones, responden a unos esquemas marcados desde el momento mismo de su creación. 

    Quizás Pleamar pretenda mostrarnos lo negativo del negocio de las redes sociales y del mundo de los influencers, lo superfluo de la moda, del culto a la imagen, pero se queda en la superficie, se nos refleja lo que está mal, pero no se analiza en profundidad lo que subyace escondido tras la espuma de la superficie. Y al final nos quedamos como meros espectadores insensibilizados ante el terror cuando se desata. La mirada al final se ha congelado como las imágenes congeladas de la víctima en la pantalla. Es como si hubiéramos olvidado todo lo que supone una mirada, desde un mundo a un infierno. Y si no, recordemos cómo Pascual Duarte dispara a la Chispa, su perra, por una mirada, una mirada fría e inquisitorial como la de un juez.