Las lecturas de nuestro club, IV. Los oscuros
años del hambre.
La cuarta novela seleccionada para nuestro club
fue Tiempo de siega, de Guillermo Galván. Galván, junto con Ignacio
del Valle y Alfonso Rojo, es uno de los máximos exponentes del denominado
"totalitarismo noir" en nuestro país. Como indica la etiqueta, las
obras ambientan sus tramas en períodos históricos de dictaduras y totalitarismos,
en los que lo negro de las tramas se funde con lo negro de dichos períodos.
Mientras que Valle se centra en los demonios del nazismo y en los de sus
personajes, o Rojo aborda los años del incipiente desarrollismo español de
finales de los años 50 o principios de los 60, Galván prefiere la oscura
posguerra, recién acabada la Guerra Civil, con un país destrozado, hambriento
en el que reinan la oscuridad, el miedo y la mediocridad. La novela nos absorbe
hipnóticamente y nos guía por ese período sombrío y gris.
En la sesión de nuestro club,
pudimos contar con la presencia del autor, que atendió generosamente a nuestra
llamada y a nuestras preguntas. Entre las características que él enumeraba que
tenía que tener una buena novela negra, una de ellas era la del realismo y la
crónica social. En efecto, en esta novela Galván apuesta por una trama
realista, que se salpimenta con guiños y referencias literarias o periodísticas
por aquí y por allá, como las relacionadas con el joven plumilla Ignacio Mora y
su trabajo en agencias de prensa o con la novela que está escribiendo. Si
jugamos a imaginar la acción de la novela, las imágenes que aparecen no aportan
color, solo grises y claroscuros. Galván pergeña un retrato acerado de esa
época de represión, en el que todo el mundo sobrevive como puede, padeciendo necesidad y
miedo a partes iguales. Esa oscuridad presente en las calles y en la vida en
aquellos momentos se acentúa en las angustiosas y opresivas escenas de acción, en medio de
una profunda oscuridad y en donde el protagonista lucha a ciegas por
sobrevivir. Sin embargo, curiosamente, la luz estará presente al final cuando
la verdad de todo salga a relucir en contraste con toda la mentira que se ha
amparado en la oscuridad del espíritu humano.
Acompañamos al protagonista, Carlos Lombardi, expolicía y preso político, que realiza trabajos forzados en Cuelgamuros, que es liberado provisionalmente por su antiguo jefe para investigar de manera extraoficial la muerte violenta de un sacerdote muerto a la salida de un prostíbulo, por ese Madrid en ruinas y desolado. El caso guarda semejanzas con otro que ya investigó Lombardi durante la contienda, y todo parece orbitar alrededor de un grupo religioso de enorme influencia dentro de las élites del momento. Lombardi es atrevido, inteligente, políticamente insobornable, con una vena irónica y mordaz que le acarrea continuos problemas, cuando no también alguna metedura de pata. Pero también es tremendamente humano y solidario con los que sufren como él. Sin ayuda y estrechamente vigilado por policías del régimen, consigue la colaboración de Alicia Quirós, una joven e inexperta agente de la policía, y de Andrés Torralba, un antiguo guardia de asalto, para ir poniendo orden en el rompecabezas del caso, que le revela otro crimen ocurrido poco antes del estallido de la guerra cuyas secuelas se irán extendiendo durante la guerra hasta ese momento.
En una novela tan rica en matices y detalles de la época, cobran especial relevancia la presencia del miedo, la necesidad y el hambre, señas de identidad de la época. Por ello, son antológicas las páginas en las que Lombardi se desquita de sus penurias en Cuelgamuros y de su vida cotidiana en libertad vigilada con unos tremendos atracones, como si fuera la última comida antes de volver a su condena de trabajo forzados, como cuando se zampa entre pecho y espalda un cocido él solito en Lhardi, o su deleite no exento de gula, cuando se come unas yemas de Santa Teresa en Ávila. Y aun con su complejo de culpa y remordimientos particulares, comparte con sus vecinos la cesta enviada por Erika Baumgaertner, funcionaria y algo más de la embajada alemana, con la que compartirá otro tipo de apetitos de los que también está necesitado.
Y es que en ese Madrid de
posguerra, se desarrolla otra trama secundaria, pero no menos importante, una
intriga de espionaje en el que alemanes e ingleses rivalizan por conseguir el
apoyo del régimen a su causa o su no beligerancia en la contienda mundial. Ese
mundo de espías, con su glamour y buena vida, contrasta con la vida que llevan
los sufridos españoles, que de una manera u otra han perdido la guerra, y
tendrá su continuación en la tercera novela de la serie.
En definitiva, una excelente
novela, que los miembros de nuestro club escogieron como una de las mejores que
habíamos leído entre las diez primeras que habíamos seleccionado para nuestras
sesiones, y que tuvimos la suerte de compartir con su autor.
Y no olvidemos,
que las andanzas de Carlos Lombardi han continuado por la España rural profunda
en La virgen de los huesos y de nuevo por Madrid, capital del
espionaje, en Morir en noviembre.
El autor, recién iniciado el verano, firmando ejemplares de la novela, todavía con mascarilla, en la sesión de nuestro club.
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